Resulta curioso que de una división provincial encargada por el rey Fernando VII a primeros del XIX haya surgido a finales del siglo XX el actual mapa de las autonomías. Porque se fraccionaron los antiguos reinos de España en provincias y en regiones, muchas de las cuales ni siquiera tenían ninguna referencia histórica. De esta forma se hizo algo que pretendía ser útil a efectos administrativos sin ninguna pretensión mas pero que nos está llevando a un camino de consecuencias nefastas.
La llegada de la democracia a España trajo consigo el disparate de intentar frenar los nacionalsocialismos catalán y vasco, residuos del fascismo en Europa, dando “café para todos” y creando un estado autonómico que, si bien buscaba una simple descentralización, a la postre creó un estado con diecisiete taifas independientes entre si y en muchos casos incompatibles.
El resultado no fue el esperado porque, no solo no se frenaron los nacionalsocialismos anteriormente citados sino que se potenciaron, creando además nuevos donde antes no existían porque los políticos vieron en ello un instrumento para acrecentar su poder.
En un mundo en que los transportes y las telecomunicaciones acortan las distancias, resulta absurdo descentralizar y mas aun en un país mediano como el nuestro. El carísimo estado de las autonomías no trae ninguna ventaja al ciudadano y si muchos inconvenientes. Nuestra España actual, está dividida, se persigue a las personas por razón de su lengua, la amenaza separatista cada vez es mayor, la descoordinación a nivel policial, sanitario etc., es impresionante y el costo económico extra según expertos es un 30% mas que el de un estado centralizado.
¿Autonomía?: no, gracias.