Amanece un día luminoso de primavera. Hace 42 días que cumplí los setenta años y 40 de la recepción por email certificado de aquel requerimiento del Ministerio para la Conservación de la Sana Especie para que asistiese hoy a la celebración del Día del Descanso Eterno.
Al poco recibí un paquete con el uniforme ritual y una carta agradeciéndome los servicios prestados a la sociedad durante toda mi vida laboral. Decido tomármelo con calma y lo primero que hago es leer la prensa digital. Las noticias no son buenas. Se recrudece la guerrilla el Alicante y Mallorca contra el dominio catalán. Álava se levanta en armas para separarse del País Vasco y se establece el bable como única lengua en la taifa asturiana.
Yo pido por Teleservicio una botella de buen vino para despedirme pero mi tarjeta ya ha sido anulada pese a tener aun en ella unas tres mil zapatetas. Entro en Internet y observo que ya no figuro en ningún censo ni base de datos,
Aquí en la taifa andaluza pasamos hace años de ser protectorado marroquí a una relativa independencia económica y, aunque seguimos pagando diezmos al país del sur, reingresamos en la federación de taifas ibéricas, integradas hoy en el año 2095 por 32 comunidades.
Luego de ducharme me pongo el traje ritual. Es de papel reciclado, color púrpura y lleva un cíngulo amarillo. La cabeza va tapada por una antifaz relleno de una estructura cónica que, parece ser, viene de un tipo de celebraciones cuando la religión imperaba. Mientras me visto recuerdo brevemente que ya he puesto en orden todos mis papeles y que mañana el Ministerio de lo Habitacional procederá a reasignar mi pequeño apartamento a los nuevos inquilinos. Parece ser que no se ha controlado bien la natalidad y los Centros de Cría Ciudadana tienen problemas de espacio. Tanto que el gobierno está estudiando incrementar el plazo del aborto de 8 a 24 meses pues según los políticos más progresistas, si un electrodoméstico tiene una garantía de dos años, ¿por qué no un hijo? Este periodo de garantía está ya en vigor en las uniones de parejas para ahorrar los trámites de los divorcios.
Salgo a la calle y voy caminando hasta la Plaza de la Buena Despedida donde ya están congregadas unas 2000 personas que son aquellas de mi ciudad que han cumplido la edad de setenta en este último año. Nos ponen en dos filas y nos dan a cada uno una vela de cera sintética y una pastilla llamada Paliativín Complex para sedarnos. Y comenzamos a caminar por la avenida Libertador Rodríguez Zapatero y luego por la amplia y larguísima Avenida de la Solución Final hasta llegar al Parque del Origen, antiguo cementerio de San Fernando, hoy reconvertido en un parque lúdico donde hay un enorme edificio de titanio con forma de cono. Es nuestro destino final. Allí nos nos ubicarán a todos dentro del edificio, un enorme tanque reciclador de residuos para convertir nuestra masa biológica en fertilizante para el mismo parque que rebosa de arbolado y todo tipo de vegetación.
A lo lejos, al otro lado del río, sobre el cerro del Padre de la Patria, el enorme cabezón que perpetúa su memoria emite destellos luminosos y consignas de su libro, “Andalucía imparable” a modo de despedida
Entramos en el edificio; estamos en total oscuridad, muy juntos. De pronto veo un rayo de luz. Como puedo me acerco y es una especie de gatera de aireación que, averiada, no encaja en su hueco. Sin pensarlo empujo y caigo al exterior volando hacia el suelo y aterrizando en un árbol que amortigua mi caída. Rápidamente corro a través del parque. Sé que en algún lugar hay un grupo de resistencia y pienso unirme a ellos. Todavía quiero vivir y, pese a mi edad, no pierdo la esperanza de ser un hombre libre. Me duele todo el cuerpo pero no me importa.